Hace ya bastante tiempo que decidí volver a un blog, del que nunca debí marcharme. Escribo esto y recuerdo a una persona en concreto enarcar una ceja con sarcasmo ante la palabra blog, pero parece que el tiempo nos ha dado la razón. Tampoco afirmaré que la gente está volviendo en masa a tener blogs, pero sí que hay cierta corriente de desencanto con (¿sólo?) las redes sociales, tras años de ir de acá para allá con la casa a cuestas, que si Tumblr, que si Twitter, que si Threads, que si Mastodon, que si el canal de Telegram, y encima en cada casa solo poder hacer una cosa y tener que pensar dónde poner el resto de bártulos y así hasta el cansancio. Así que, cuando se anunció que Tinyletter cerraba, que estaba siendo la casa que ocupaba (con c y con k, porque últimamente había perdido la costumbre de escribir) en los últimos años, decidí que era el momento de emanciparme y tener mi cuarto propio.
Y aquí estamos de nuevo, en otra casa. Por supuesto, como bien me caracteriza, escribo esto un día antes a del cierre definitivo de Tinyletter, porque sin el apuro de la fecha límite jamás terminaría nada. Espero y deseo mantener la costumbre de escribir, incluso sabiendo que no me lee mucha gente (¡ay, los refuercitos!), pero no puedo prometer nada porque no tengo demasiado tiempo. Llevo dos semanas de semestre y entre las clases que doy yo y las que me dan estoy agotada de tanto recorrer Castilla por el llano y el altiplano. Me levanto a las seis de la mañana y me acuesto a las once de la noche sin parar en todo el día. Las hormonas han decidido sumarse a la fiesta y hoy, además, ha vuelto el insomnio. Sabía cuando acepté que iban a ser unos meses duros, pero anticiparlo no es lo mismo que vivirlo. Unido a mi nivel de autoexigencia soy bien capaz de provocarme el agotamiento en tiempo récord, mucho antes de que termine el curso.
En el próximo post detallaré por qué «la loca del desván», que es bastante autoexplicativo tanto si conoces el origen de la expresión como si no, y del por qué del «dame conocimiento, que poder ya tengo». De momento, mi declaración de intenciones no es más que desear que este sea un espacio donde caben todas las cosas. No soy una marca, ni siquiera soy una narrativa coherente, tampoco tengo nada que vender. Quiero poder sentarme y escribir de lo que me apetezca sin pensar demasiado. Si te das una vuelta por cualquier consejo para crear un podcast, un blog, o lo que sea, verás que la mayor parte de las recomendaciones van dirigidas a considerarte una marca: no dispersarte, maximizar tu audiencia, porque si hablas un día de una cosa y otro día de otra no vas a «fidelizar». Incluso aunque no ganemos dinero con esto, somos empresas y tenemos que monetizar el ocio simbólicamente: con más lecturas, más suscriptores, más reacciones. No basta con interesar, tienes que enganchar porque la competición es el juego, así que olvídate de ese tema que te interesa a ti pero que aburre al resto. Luego, además, hay que hacer las cosas bien porque dios nos libre de los mediocres aunque estemos hablando de nuestro tiempo libre. Presentación impecable, contenido de calidad. El punk está passé. Larga vida al punk. Los fanzines tienen calidad de revistas y ya no van con grapas y la ropa tuneada parece de Armani. No seas cutre, no seas mediocre. Puedes parecer cutre, pero que se vea que es irónico, que se note el empeño, que no se te vean las costuras.
Pues yo me quiero rebelar contra todo eso. Y no os voy a engañar, al principio tendré que impostarlo porque soy la primera que está metida hasta las trancas en la cultura del perfeccionismo y necesito hacer las cosas bien, demostrar algo, y porque quiero que me leáis y siempre que sacas algo de las tripas y lo recibe el cricrí de los grillos te enfrentas a una pequeña micromuerte amarga de la que hay que reponerse. Porque es fácil modular tu discurso sin darte cuenta para que encaje un poquito más con lo que los demás quieren y alejarte otro poquito de lo que tú quieres. Y yo, que desde que descubrí lo que significa eso de ser un yo, siempre me he sentido bastante rara en los grupos en los que he estado y he tratado de encajar matando esa extravagancia, ese extravío, esa excentricidad, sé lo que es ese goteo de sacrificios que sin apenas darte cuenta te dejan sin nada. Por eso no os puedo decir de qué voy a hablar, será un cóctel diletante de libros y cine y filosofía de salón que investigo, de algún desvarío personal, solo sé que de lo que hable aquí será porque me apasiona, porque si algo me define es la pasión y quiero defender esa llama con uñas y dientes. Es la que me ha traído hasta este nuevo siglo con vida y me ha hecho crecer. Sí, soy intensita, el nuevo «histérica».
En redes sociales, si bien sigo manteniendo Instagram, apenas lo uso y, hoy por hoy, solo quiero recuperar y conservar Mastodon. No sé si volveré a alguna otra, pero lo cierto es que no tengo mucho tiempo. Tanto es así que empecé el año con la idea de deshacerme del smartphone y pasarme a un tontófono, pero casi no me hace falta porque no estoy perdiendo el tiempo como antaño: lo pierdo de otra manera (salvo alguna recaída en la que el móvil se convierte en mi instrumento de manejo del malestar). Tampoco consigo sentir que las redes sociales, en general, como concepto, me interesen como antes, aunque echo en falta a algunas personas que conocí en ellas. Lo malo es que eran mi sesgada forma de seguir la actualidad y no he conseguido la fórmula para sustituirla, tanto es así que llevo un tiempo desinformada. ¡No se puede estar en todo todo el rato! Pero ¿un blog? Me mola. Me encanta escribir, me encanta leer. ¿Por qué nos fuimos? Sea como sea, mientras me armo otra casetita, aquí me podréis encontrar.