La primera vez que pensé, sin saber que le habían dado un nombre, en esto de la «cultura terapéutica» fue tras una conversación con una compañera. Para mi desgracia, no recuerdo bien cuál era el motivo del desahgo, o el intercambio. Sí recuerdo que había un componente emocional, nada muy privado ni hondo ni traumática, solo un intercambio cualquiera sobre el estrés o el cansacio o qué sé yo. Tampoco recuerdo sus palabras exactas, pero recuerdo que me sorprendió su lenguaje, que no era la típica conversación trufada de tópicos a la que recurrimos cuando no sabemos qué decir, sino un lenguaje «terapéutico» lleno de expresiones más propias de una consulta (o de una pseudoconsulta, pero qué gracioso pensar ahora que consulta sea también query) de una psicóloga que de una conversación donde estuviésemos reconociendo y exponiendo nuestra vulnerabilidad. Recuerdo que llegué a casa y le dije a mi marido que más que hablar me quedé con la sensación de que me estaba haciendo terapia. Y con eso mo quería decir que me estuviese analizando, diagnosticando o haciéndome una historia clínica, ni tan siquiera que no me estuviese escuchando o tratando de establecer una conexión (intenciones que no puedo conocer), sino que, en todo caso, los lugares comunes del lenguaje conversacional estaban sustituidos por otros como «gestionar emociones» y «cuidar la salud mental», cosas así.
Tras ese intercambio, que me dejó perpleja, fue cuando me puse a observar qué ocurría y veía que ese lenguaje se había infiltrado en todos los rinconces. En la calle y en las redes sociales, por medio de la divulgación y las cuentas de influencers, así que no era de extrañar que nos hubiese calado a todas y lo estuviésemos incorporando al repertorio de recursos, tanto si buscamos conectar como si no sabemos qué decir. Mucho menos aun cuando nos hemos convertido todos en emprendedores de nosotros mismos, no solo en el trabajo sino en nuestra propia subjetividad. Que haya que «trabajarse» dice mucho de cómo la ideología neoliberal nos tiene sorbido el seso. Y me empecé a preguntar qué ganamos y qué perdemos recurriendo a esas fórmulas (bien, mal, regular, de aquella manera) fuera del contexto clínico. Puedo hablar, en primer lugar, de lo que sentí en aquel momento y es que no había verdadera escucha, no había conversación sino un atajo para llegar a algún sitio. Porque la conversación y la terapia no son lo mismo. El lenguaje terapéutico, además, estaba impregnado de esa jerga empresarial y emprendedora de hacerse cargo de tus emociones («gestionar», ya sabes, como si fueras el contable de un banco), ser tu mejor versión, trabajarse y no sé qué otras historias más. Nuestros asuntos personales se convierten invariablemente en problemas que analizar y resolver, a menudo con la intervención de los expertos (ya sea la consulta o empleando el lenguaje que imaginos que ocurre en ese contexto). El enfoque administrativo, gerencial, que ha colonizado todo.
Lo primero que pensé de que la conversación estuviese terapeutizada fue que se perdía la oportunidad de crear, juntas, un lenguaje íntimo y privado que diese sentido a esa experiencia, la posibilidad de nombrarlo en nuestros términos para la ocasión. Lo importante ni siquiera era encontrar el nombre, era buscarlo, navegar entre significados. Porque ¿qué buscamos al contarle los problemas a una amiga en vez de al terapeuta? Obviamente aquí difícilmente hay un «nosotras», un ente homogéneo con una sola motivación, pero seguramente aunque la respuesta sea «ayuda», me atrevería a pensar que, en general, la ayuda que buscamos de un amiga, o una compañera que nos cruzamos en el pasillo en un momento de estrés, no es la misma que buscaríamos en la consulta. De otro lado, la mirada administrativa, gerencial, que busca analizar e intervenir, puede convertir en problemas aquello que no necesariamente lo es. Estar triste, por ejemplo, en muchos casos no es una llamada a la intervención, a buscar un análisis de riesgos, sino un afecto como cualquier otro que va y viene. En todo caso, el enfoque gerencial crea el problema y, al hacerlo, se mantiene y propaga el discurso, el lenguaje experto al rescate. Las emociones no son ni un problema ni el problema. Es más, el enfoque gerencial de detectar riesgos, problemas y soluciones en cualquier ámbito de la experiencia humana es la muerte de la conversación.