Lo acogedor, lo cuqui, lo reconfortante

Durante un tiempo que estuve bastante deprimida, hace unos años, pasé bastantes horas jugando a House of the Dead: Overkill, disparando zombis sin pensar, viendo Juego de tronos, un episodio detrás de otro. Ahora, cuando estoy triste o cansada, me ha dado por ver series de crímenes británicas de estas que podrían llamarse “cosy mysteries”, o “cosy crimes” o, simplemente, “cosies”. En realidad, esta es una categoría tan difusa que no es fácil saber qué podría o no entrar, pero bueno, series de detectives poco truculentas.

Qué me pongo depende del estado de ánimo. Por ejemplo, en las últimas semanas, cuando mi estado era de tristeza o cansancio, privilegiaba Shetland, una serie escocesa basada en las novelas de Ann Cleeves, de un policía caracterizado como buena gente que persigue crímenes locales sin llevar pistola y con empatía por (según qué) criminal. Muchos de estos criminales no son la encarnación de la maldad, sino un pobre hombre o una pobre mujer que, de repente, por alguna cuestión banal, matan a alguien. Cada crimen, pausado, eran dos episodios, al menos en la primera temporada. Luego la serie se vino arriba y abandonó un poco ese tono local para buscar historias más grandilocuentes entre el tráfico de drogas y de personas. No sé si contaría como cosy, ni siquiera en la primera temporada, si nos atenemos a la definición que da la Wikipedia, que nos dice que los detectives de los cosies son amateurs. En cambio, cuando me sentía con un poco más de vida, me ponía Sherwood, también británica, pero que nada tiene que ver con la anterior en fondo y en forma, pues el trasfondo de la serie es el legado perverso dejado por Thatcher y su desmantelación de sindicatos en la huelga de los mineros en Yorkshire. Si la primera es cosy, o se le acerca, la segunda es más lo siniestro de Freud.

La casita junto al mar del inspector Pérez: a quién no le va a gustar

La casita junto al mar del inspector Pérez: a quién no le va a gustar

El caso, estaba pensando hoy durante el insomnio, es que estas ficciones reconfortantes, el videojuego de House of the Dead: Overkill y Juego de tronos (al igual que The Expanse, que también me he apretado últimamente) comparten todas unos rasgos comunes: el carácter formulaico, la repetición, el hábito. Unas se prestan más que otras a darle la vueltecita de tuerca a la fórmula, pero la fórmula para generar satisfacción tiene que ser reconocida. Y si atendemos solo a lo formal, esa es una de las razones que las hacen reconfortantes: la familiaridad. El cosy alude a lo hogareño, pero también al cuidado y, en cierto modo, lo maternal. La etimología no está clara, pero uno de los orígenes propuestos es el kōsa del alto alemán antiguo, emparentado con el alemán kosen: acariciar, o cuddle, en inglés. Los cariñitos, los arrumacos. Así, estos géneros nos infantilizan, nos devuelven al seno materno, donde nos sentimos protegidos y cuidados y su familiaridad nos da la confianza de que podemos repetir y volver siempre como a la casa-refugio. Son unas tiritas terapéuticas porque los asociamos con el cuidado, no porque nos curen. Y como tiritas hay que usarlos, porque por más placer que encontremos en la repetición, como el niño que pide que le cuenten la misma historia una y otra vez, la reproducción automática de la plataforma nos puede llevar de la repetición acogedora a la compulsión pesadillesca sin que nos demos cuenta. Pero por solo unas horas escapamos del bosque del sinsentido y volvemos a ser un poco niños en la casita de juguete donde nos espera la madre arquetípica que nunca tuvimos.

Hay algo femenino (un femenino burgués y acomodado, sin duda, no en vano la tatarabuela de todo esto es Agatha Christie) en los cosies, sobre todo si los comparamos con los hard-boiled. Una de las características del cozy es que la violencia y el sexo, de haberlos, nunca aparecen en pantalla y si acaso son un rumor lejano. Son como la abuelita que lo mismo te hornea unas galletas, te teje una bufanda o te resuelve un crimen. De hecho, escribiendo esto me entero de que hay una serie que se titula Murder, She Baked. Los crímenes, debidamente higienizados, son ese acontecimiento peculiar que rompe la apacible monotonía del lugar, una pequeña extravagancia que entretiene por un tiempo al detective diletante, pero que, una vez resueltos, no perturban el orden de la comunidad. El ambiente es más nostálgico que utópico, con su visión pastoral del mundo. El tono emocional es de apacible felicidad, nada estridente, el lugar tranquilo (sin monstruos con capacidades auditivas sobrenaturales) donde te gustaría vivir. Si buscamos en la ficción lo que no tenemos en casa, los cosies quizá no marcan la hoja de ruta de lo que construir, pero dicen mucho de las heridas del mundo capitalista.

Lo amas y lo odias

Mientras pensaba en lo cosy me acordaba de otra categoría que ha sido estudiada recientemente: la de lo cuqui (o lo lindo, o lo “mono”, según se traduzca el cute), recientemente por Simone May (El poder de lo cuqui) y Sianne Ngai (Our Aesthetic Categories). Tanto lo cuqui como lo cosy comparten el aura de domesticidad y, en cierto modo, de pequeñez y sentimentalidad. Esas ganas que te entran de lanzar hipocorísticos o hablar con diminutivos ante lo cuqui y, quizá un poco menos, lo cosy. Lo cosy evoca fantasías de la infancia en tanto que lugar de refugio, pero no es infantil en su diseño, sino maternal. Lo cute (cuya etimología viene de acute tras haber perdido la a, pero que cambió de significado en el siglo XIX de ser algo bonito a las emociones placenteras que se derivan de los rasgos asociados a lo joven) se proyecta “peluchísticamente” en bebés, gatitos y otras cosas redonditas y chiquititas; también se conecta con lo infantil, pero el objeto cuqui sugiere indefensión de una forma más siniestra: la vulnerabilidad activa el deseo de proteger o de destruir. Como a Baby Yoda. Aunque lo relacionado con lo doméstico pueda evocar secretos ocultos, hay una ambivalencia en lo cute que no parece haber en lo cozy: decirle a alguien que es muy mono puede ser un cumplido o el insulto definitivo.

Así que una llega a casa cansada, o triste, o con una emoción indefinida que busca consuelo y echa mano de la ficción. Los géneros llevan asociadas unas expectativas emocionales. Como dice Laurent Berlant, ponerse a leer (o a ver una película, o una serie) es estar a la expectativa de qué forma tomará aquello que tenemos entre manos. Cuando empiezas algo, ese algo (perdón por la obviedad) no está acabado, así que yo espero y deseo encontrarme lo conocido, ese repetición reconfortante que me asegura que hay un orden en el mundo, que hay un sentido, pero siempre aguarda la sorpresa mientras la forma concreta se va desplegando ante mis ojos. Las resonancias afectivas de categorías como lo cosy se van activando entre un crimen inesperado y el siguiente. Hay veces que, aburrida, simplemente dejo la serie de fondo, como un decorado, mientras pienso en otras cosas. Pero los ecos de los afectos que pensaba que necesitaba perduran un poquito más hasta que se desvanecen.

Leave a comment