Battlestar Galactica: hay que decirlo más

Este año que he estado enfocada en la investigación durante mi tiempo libre, en el tiempo libre que me dejaban los restos de tiempo libre, el cuerpo me pedía revisitaciones, que no dejan de ser un lugar seguro y confortable en el que más o menos sabes que esperar y que, por tanto, no te exige demasiado ni cognitiva ni emocionalmente. De hecho, me empecé a ver Breaking Bad por primera vez (debo de ser de las pocas personas de España que aún no ha visto esta serie), pero decidí que no era el momento y puse el visionado en pausa. Me volví a ver The Expanse, me leí todos los libros de The Expanse, me volví a leer El señor de los anillosy me volví a ver la que es, si no mi favorita, una de mis series favoritas de ciencia ficción de todos los tiempos: la serie reimaginada de Battlestar Galactica. Y, salvo algunas cositas™, qué bien ha envejecido. No me voy a poner a escribir de todo, lo que me gusta y lo que no, porque no me daría la vida. Obviamente, se vienen espoilers.

Lo primero que llama la atención en el clima cultural en el que estamos metidas hasta las trancas es que es una serie de trasfondo apocalíptico que trata, por todos los medios, de mantener algo parecido a una civilización en lugar de recurrir a la barbarie, como esas otras series en las que se trata la supervivencia como una caricatura darwiniana o aynrandiana donde impera el dominio del más fuerte, la sospecha y el egoísmo por encima de la colaboración o el altruismo. La premisa argumental de la que parte la serie se basa en que casi toda la humanidad salvo unas cincuenta mil almas ha sido erradicada del universo por los hijos de la humanidad, los cylon, en un ataque coordinado a las doce colonias humanas, unos planetas que llevan nombres que recuerdan al zodiaco. Por tanto, la civilización se ve reducida a un puñado de naves, civiles y de recreo, y una sola nave de combate, la Galáctica. Así Battlestar Galactica utiliza el escaparate televisivo para tratar temas serios como la tortura, el terrorismo, la guerra y la política en tiempos de crisis y reflexionar sobre ellos. Fue en su momoneto uno de los mascarones de proa de lo que se ha venido en llamar, sin alardes de ingenio, «la televisión de calidad», una noción problemática en cuanto da a entender que la televisión anterior no lo era.

Aquí, performando la caída moral de Occidente como en los JJ OO con otro pastiche del cuadrito de La última cena

Aunque es ciertamente sombría (un tono que se traslada a la paleta de colores de la propia serie) nunca termina de caer en el nihilismo. Es decir, aunque explora los grises y los dilemas, nunca parece decirnos que da igual elegir una cosa y otra y que las acciones deplorables se ven justificadas por las situaciones extremas que las provocan. La serie recoge el guante de una serie menor como fue la Battlestar Galactica de 1978 (que no he visto, pero que con lo poco que sí he visto tampoco tengo ganas de ver), recicla un par de conceptos y personajes y la lanza con fuerza a la parrilla de televisión con una miniserie que no se deja nada ni para después ni por si acaso. En los dos primeros episodios de esa miniserie, que hoy sería un piloto un poco largo, se nos muestra la destrucción de la humanidad y el conflicto político y militar que acarrea. El hecho de que ya en ese «piloto» veamos cómo lo primero que se trata de hacer es formar un gobierno con lo que queda del gabinete, que el poder militar ceda ante el poder político, es decir, que se decida que la supervivencia es un asunto sobre todo político porque la guerra está perdida, conrasta con otras series de corte apocalíptico que recurren a lo tribal sin interés por el bien mayor. Y en una época tan complicada y virulentamente misógina en lo que respecta a las mujeres y el poder, nos colocan a una presidenta, antes Ministra de Educación, y encima tratan a ese personaje con respeto. Incluso le conceden un romance maduro con el opuesto que la atrae, el comandante Adama, que es de lo mejor de la serie. ¿Cómo no te va a gustar?

Amor talludito. Los más mejores

Battlesar Galactica, la guerra contra el terror post 11-S y la ansiedad sobre la emasculación

Decía al comenzar este post que la serie había envejecido bien y no me refería solo al plano técnico (donde obviamente se notan los *gasp* veinte años que tiene desde que se estrenó, pero sin que se vea ahora como risible o falso) sino a cómo se combinan lo universal y concreto, de forma que puedes ver a qué hechos del mundo responde sin que se vea ahora desfasada. Para cualquiera que haya visto la serie es sobradamente conocido lo mucho que influyeron los ataques del 11 de septiembre y la posterior «guerra contra el terror» en Battlestar Galactica, y si acaso podríamos discutir el grado de relación que tiene el producto cultural con el tejido social del que proviene y viceversa. Para empezar, mientras en la BSG original no hay ningún ataque terrorista, la serie reimaginada decide empezar su largo episodio piloto con una serie de ataques terroristas coordinados a todos los planetas habitados por humanos, las doce colonias de Kobol, explorando una ansiedad terriblemente real en 2003.

Lo que podría leerse como crítica más mordaz de BSG a la administración Bush y su política exterior no llegaría hasta los episodios consecutivos «Occupation» (3.01) y «Precipice» (3.02). Cerca del final de la segunda temporada, la flota colonial descubrió un planeta habitable, lo bautizó como Nueva Caprica y comenzó a colonizarlo bajo el liderazgo del nuevo presidente, Baltar. En el final de temporada, los Cylons localizaron e invadieron Nueva Caprica, donde permanecieron como fuerza de ocupación. En la tercera temporada, los que hemos identificado «buenos», o sea, algunos humanos, que ahora malviven en un planeta ocupado por los cylons, de nombre Nueva Caprica (que recuerda no solo a muchos territorios ocupados sino también a un campo de concentración), deciden inmolarse con explosivos para causar daño al enemigo. Tras ser liberado después de una larga tortura que le cuesta un ojo, el coronel Tigh ordena una escalada de los ataques contra los Cylons que incluye atentados suicidas. En uno de ellos, un terrorista suicida se inmola en una ceremonia de graduación de la Policía de Nueva Caprica (NCP), matando tanto a humanos como a Cylons. Dado que los Cylons son considerados ocupantes indeseados, cualquier humano que les ayude uniéndose a la NCP es considerado un colaborador traidor y, por lo tanto, un objetivo legítimo. Mientras que BSG había codificado anteriormente a los humanos como los Estados Unidos y a los Cylons como el enemigo, estos episodios invierten esa fórmula. Esta problematización del «nosotros o ellos», sin emgargo, ya había aparecido anteriormente en el arco de las torturas de prisioneros cylon (Leoben, Gina, Sharon), arco que resulta más que sugestivo de las posturas deshumanizantes del ejército estadounidense tras lo que se conoció de la prisión de Abu Ghraib. Las repetidas referencias a los cylons como «máquinas», así como el uso más despectivo de los términos «tostadoras» y «skinjobs», funcionan retóricamente para justificar la violencia contra todos los cylons. Además de degradar a los cylons, ese lenguaje los homogeneiza, reforzando la percepción predominante de que todos son iguales y, por lo tanto, pueden ser tratados como un enemigo sin nombre y sin rostro. Lo problemático de la «deshumanización» es que los cylon son finalmente aceptados en cuanto se acercan a la categoría de humanos (tienen emociones reconocibles por nosotros, son capaces de recordar, se redimen por amor y, finalmente, tras la destrucción de las naves de resurrección, obtienen el «don» de morir), cuando dejan de ser la alteridad absoluta y tan radicalmente distintos que podemos reconocerlos como ciudadanos.

«¿Estás vivo? Pruébalo». Aquí la (mini)serie empieza fuerte, cuando la «máquina» le pide al humano que pruebe su humanidad, y no viceversa (also, sexy six)

Esta no es la única ansiedad post-11S que aparece en la serie. En el libro de Susan Faludi sobre Estados Unidos tras el 11-S (mucho menos conocido que Reacción, pero igual de recomendable), The Terror Dream: Fear and Fantasy in Post 9-11 America, la periodista ilustra cómo el miedo a la emasculación y a la feminización se apodera de la sociedad tras el ataque a las torres gemelas y el auge de historias que ensalzaban una masculinidad tipo John Wayne, el vaquero que rescatará a la dama en apuros. Escribe Faludi:

the last remaining superpower, a nation at­ tacked precisely because of its imperial preeminence, responded by fixat­ing on its weakness and ineffectuality. Even more peculiar was our displacement of that fixation into the domestic realm, into a sexualized struggle between depleted masculinity and overbearing womanhood (9).

Aunque no es un tema que salte a la vista de primeras en la serie, creo que sí hay una corriente subterránea de ansiedad respecto a lo que significa ser un hombre. Tenemos a la femme fatale sintética de Caprica Six, con su vestidito rojo minimalista, que no duda en usar su sexualidad para manipular al científico racional, Gaius Baltar, y que consigue con su flirteo tener acceso al sistema de defensa (la femme fatale, tanto la del cine negro tras la Segunda Guerra Mundial como en otras manifestaciones artísticas de finales del siglo XIX, ha sido leída como un producto de la ansiedad masculina ante el poder de la mujer que empezaba a ocupar el espacio público). También nuestra querida Sharon número ocho, tanto en su identidad como Athena o como Boomer, utiliza la sexualidad (consciente o inconscientemente) para conseguir sus propósitos. De hecho, las mujeres en Battlestar Galactica parecen existir para atormentar a los hombres: la esposa muerta de Adama, la mujer del coronel Tigh, la propia Starbuck, el suicidio de Dualla… Además, la serie está salpicada de indicios de esa ansiedad en torno a lo que significa ser un hombre. La propia Caprica Six incita a Baltar en numerosas ocasiones a «ser un hombre», cual Lady Macbeth, y cuando éste dispara a un militar con los fusibles de la cabeza fundidos y lo mata, Caprica Six le dice, satisfecha: «ahora eres un hombre». En la tercera temporada ―si no recuerdo mal― el hijo del comandante Adama, Lee, adquiere una forma blanda y redonda, poco masculina, que aunque está ahí para decirnos de forma algo trasnochada y un tanto gordófoba que el disciplinado militar «se ha dejado» no solo en sus funciones sino moralmente, transmite un mensaje de inquietud ante lo poco masculino de su aspecto. Este miedo a la feminización, cómo no, corría en paralelo en esos sitios de la internet donde hombres muy hombres se quejaban de que las mujeres venían a fastidiarles el juguetito con sus cosas de mujer™. En el portal The Spearhead (Freudian much? Aquí podéis leer la tontería completa de alguien que ha tenido a bien conservarla en su Livejournal), escribieron:

The new series instead had a lot of relationship drama and whiny men who were generally unable to find their way out of a wet paper bag. The new Battlestar Galactica was so feminized that one of the main characters from the original series, Starbuck (who was originally a man), was turned into a woman

Aparte de la ironía de quejarse de forma quejica de los hombres quejumbrosos, lo cierto es que resulta desconcertante hablar en esos términos cuyos personajes femeninos tienen lecturas, en no pocas ocasiones, problemáticas, como analizo después.

A Kara Thrace ‘Starbuck’ le chupan un huevo esas opiniones (also, en esa sonrisa me maté yo)

Sea cual sea la influencia histórica concreta de la serie, el contexto de guerra y huida en el que se enmarcan las cuatro temporadas hace que la institución militar tenga un papel protagonista, con sus controversias, aristas y puntos discutibles. Por ejemplo, el hecho de que se mantenga una civilización desde el principio, con sus correspondientes instituciones o un remedo de estas, pero que esta civilización esté compuesta de prácticamente un solo espacio que no es ni público ni privado, porque son unas naves en el espacio tratando de buscar el mítico planeta Tierra, hace que se diluyan conceptos como la familia (privado) en lo militar (público) y viceversa. El comandante y después almirante Adama es a veces un padre afable y protector y otras un militar severo. Lo primero humaniza la institución militar, porque, fíjate, si son personas como tú o como yo (ya sabes, «mira, si Charlie Kirk tenía mujer e hijos») y con eso parece que nos vale para depurar la imagen de todo una institución. Adama (militar y mejor persona) es un personaje que me encanta, ojo, pero a veces resultaba un poco cargante que quiera tener lo mejor de los dos mundos: ahora me comporto como un padre amoroso, ahora mandan mis galones. Sin embargo, es cierto que la serie deja claro que la civilización que surja en este nuevo mundo no obedece a estos espacios claramente delimitados y que hay que «retorcer las normas» (en palabras de Lee Adama) para garantizar la supervivencia, una estrategia en teoría transitoria.

Futurismo reproductivo

Hace ya un porrón de años me leí un libro interesantísimo (y que en su momento, zigoto que era, me pareció también denso y difícil de entender) que trataba de cómo la ciencia ficción utiliza la figura del niño, The Child to Come: Life After the Human Catastrophe, y que recurría en su análisis a la invectiva contra el niño y el futuro de Lee Edelman en No Future. Muy resumidamente, Edelman cuestiona la idea de que la política, tanto de la derecha como de la izquierda, se fundamenta en lo que él llama el futurismo reproductivo: que la figura del niño encarna el futuro y que, por tanto, la principal obligación de la sociedad es proteger y salvaguardar ese futuro, ensalzando al Niño como el símbolo que organiza la vida moral y política, y juzgando así cualquier posición política en tanto sostenga o no ese futuro. Tal es así que Edelman argumenta que lo queer se articula simbólicamente como antifuturo, antireproducción, o sea, la muerte, (¡la muerte!, léase con la voz del abuelo Simpson), aquello que no garantiza el futuro. Rebekah Sheldon recurre a este concepto en el antropoceno porque lo que antes se daba por sentado, la continuidad de la vida misma y, por tanto, la figura misma del niño, ya no parece tan clara en tiempos del cambio climático. En las palabras de su autora, pretende analizar «los usos figurativos y literales que le damos [al niño] en una época dividida entre un control tecnocientífico sin precedentes y un desastre ecológico igualmente sin precedentes» (104). Ahora, dice, hemos pasado de salvar al niño al niño que salva. Y no solo el niño que salva, sino, según Sheldon, una figuración única del siglo XXI del «niño como recurso» (2). Bajo los regímenes neoliberales actuales, el niño es una forma de capital disponible para su uso (o explotación) y no tanto una subjetividad a la que dar forma. Dentro de un esquema que Sheldon denomina capitalismo somático, el cuerpo es un conjunto de capacidades más que un sujeto unificado.

¿Quién puede matar a un niño? Hera, la niña híbrida, al final de la serie

Entre las películas y series que analiza dentro de lo que llama «apocalipsis de la esterelidad» está Hijos de los hombres y la propia Battlestar Galactica, que reavivan las ansiedades estadounidenses sobre la mujer estéril (otra de las propiedades, por cierto, de la femme fatale), algunas de las cuales aún resuenan con fuerza en las guerras culturales de la actualidad, como el pánico al suicidio racial inducido por los bajos índices de natalidad de las mujeres blancas en comparación con las migrantes y los discursos eugenésicos y esencialistas en torno a la salud del futuro de la nación. Algunas de esas ansiedades tienen su eco en la serie. Laura Roslin, que ya había dicho en la miniserie que lo mejor para la supervivencia de la raza humana era ponerse a tener niños y no continuar una guerra suicida, en algún punto de la serie decide prohibir el aborto a pesar de su feminismo para garantizar la reproducción, no por convicciones morales (tampoco había tenido escrúpulos en ordenar la muerte del híbrido cylon-humano, Hera) sino por su «valor como recurso» ante la disminución de la población humana. Los cylon están también extrañadamente obsesionados con la reproducción. En uno de los episodios más angustiosos de la serie, “The Farm”, que ocurre a principios de la segunda temporada, Kara Thrace ‘Starbuck’, piloto de Viper, bebedora y fumadora empedernida, y visionaria mística muy a su pesar, se encuentra en una sala de recuperación improvisada en un hospital de Caprica, ocupada por los Cylons. Aturdida por la cirugía, Kara despierta ante el rostro comprensivo del Dr. Simon O’Neill, que posteriormente descubirmos que se trata de un cylon tratando de crear una tecnología reproductiva para cylons, quien le dice que se encuentra en un hospital de la Resistencia, ubicado en los terrenos de un antiguo hospital psiquiátrico, recuperándose de una herida. En un momento de lucidez tras el sopor inducido por los medicamentos, Kara despierta después de un examen ginecológico que nos recuerda la turbulenta historia de los procedimientos de esterilización eugenésica llevados a cabo en hospitales psiquiátricos como ese, además del poder patriarcal y condescendiente de dar consejos no solicitados sobre reproducción a una mujer: «Hay que mantener el sistema reproductivo en buen estado. Es tu activo más valioso en estos días. Lo digo en serio. Encontrar mujeres sanas en edad fértil como tú es una prioridad máxima para la Resistencia. Y te alegrará saber que eres un bien muy preciado para nosotros», le dice Simon. Más tarde, Kara, que no quiere ser una mercancía, asesina al médico con un cristal roto y escapa de su habitación. En su deambular por el hospital tratando de encontrar una salida, descubre una granja donde media docena de mujeres yacen recostadas en camillas, con las piernas abiertas, en círculo alrededor de una terminal de control central, lo que nos recuerda también al trato que reciben los animales de granja y el miedo del ser humano a recibir el mismo trato que le damos a los animales, pues se parecen inquietantemente a vacas conectadas a máquinas de ordeño.

Es curioso cómo en la serie la maternidad y la reproducción le otorgan la identidad a las mujeres cylon. Las mujeres cylon de la serie (sexualizadas, además, de modos que no lo están los hombres) que están de alguna forma individualizadas, dejando a un lado el terror a la superabundancia de copias sin límite propia de los cylon, lo están todas en función de su relación con Hera, la niña híbrido, y eso es lo que les confiere su «humanidad» (y neutraliza su poder amenazante).

Papá y mamá

Observa Sheldon que al final de la serie los personajes, que han descubierto un planeta habitado y compatible con la vida humana también en términos de un ADN compartido, comentan cómo se ha reestablecido la relación «entre el hombre y la naturaleza» y que ésta es explícitamente masculina. Para ser una serie en la que no faltan personajes femeninos importantes y cuya búsqueda depende del carisma de Kara Thrace, la determinación de la presidenta Laura Roslin y la astucia política de las mujeres Cylon, hay extrañamente pocas mujeres en las primeras escenas en la Tierra. De hecho, no hay ninguna en los cruciales primeros momentos en su nuevo hogar. Los supervivientes deciden que empezarán de nuevo sin tecnología. Su decisión de «integrarse» (tanto en el sentido tecnológico como reproductivo) refleja una vertiente de la historia del colonialismo, y el grupo que toma estas decisiones es caricaturescamente colonial: todos son hombres, todos son blancos, todos son adultos, todos llevan uniformes de combate y, con la única excepción del coronel Tigh, todos son humanos. Cuando se reintroduce a las mujeres, es para que se vayan de forma para siempre. Roslin fallece a causa del cáncer de mama contra el que ha luchado a lo largo de la serie; Kara anuncia que «su viaje ha terminado» y desaparece, literalmente hace chas y desaparece de tu lado, sin más, demostrando así que su propósito había sido realmente místico y visionario, más que táctico o combativo; las mujeres cylons se alejan de la pantalla con sus cónyuges para seguir una vida como esposas de granjeros.

Cinco hombres y unos prismáticos. Aquí, de safari

Pues habrá que ir terminando

En fin, podría seguir tratando mucho de los temas complejos de la serie pero esto no es una tesis doctoral. La serie fue discutida profusamente no solo en foros sino en medios de comunicación convencionales, sobre todo en lo relativo a tratar de dilucidar cuál era su postura hacia la llamada «guerra contra el terror» y también ha generado debate académico en círculos más o menos reducidos, sobre todo en lo que se ha venido en llamar los aca-fan, o academic fan (un término que me disgusta y que descubrí hace solo unos meses, que como su nombre indica es esa persona del mundo académico a la que le gusta mucho algo y por eso se dedica a investigar dicho algo; por lo que sea, solo he visto usar ese término aplicado al estudio de productos de la cultura popular o frikis, porque todo el mundo sabe que la gente que hace una tesis doctoral sobre William Faulkner lo hace desde la asepesia más absoluta que no compromete su espíritu crítico y sin la menor involucración emocional, no por algo tan vulgar como que le guste). Algunos actores de la serie incluso fueron invitados a una cumbre de la ONU sobre derechos humanos, lo que resulta llamativo en cuanto a cómo se filtra la ficción también en el «mundo real» y no solo al revés.

Qué duda cabe, además, de que Battlestar Galatcica está detrás de otra de mis series favoritas de ciencia ficción de los últimos tiempos: The Expanse. No en vano, si vas a tu sitio de torrents de confianza y le das a buscar Battlestar Galactica, te ofrece resultados de The Expanse. En temática, magnitud y alcance guardan muchas similitudes, algo que dentro de un género como la ciencia ficción tampoco es inusual, de todos modos. Tenemos space opera, terroristas infiltrados, opresores y oprimidos, trasfondo político, episodios de estilo documental que narran «la vida en la nave». El montaje del arco en dos partes de “Pegasus”, además, recuerda al montaje de “Triple Point” de The Expanse. Ignoro si hay influencia directa, de todas formas. Para críticos como Dennis Broe en Birth of the Binge, The Expanse sería una versión recalentada de BSG y que ha perdido no solo las propiedades organolépticas sino toda la incisividad de la «original». No negaré que vivimos un momento de series derivativas, con algunos subproductos descafeinados, pero es que géneros como la ciencia ficción son de por sí derivativos y funcionan en un gran megatexto (como dice Broderick en Postmodern Science Fiction), es decir, en una gran red de referencias compleja, que no operan tanto en un orden jerárquico sino horizontal. Si bien el tono de ambas series es diferente ―Battlestar Galactica es mucho más sombría, The Expanse más luminosa―me pregunto si detrás de aseveraciones como esa no hay cierto prejuicio sobre que lo tortuoso es mejor que lo soleado. Battlestar Galactica, durante muchos episodios, se centraba en las áreas grises de la ética y la moralidad, y lo aplaudo. No compro, sin embargo, que la crudeza y lo retorcido (entendidos, además, como realismo o su cuñado lo verosímil) sean necesariamente mejores que presentar un lado más optimista y esperanzador. De hecho, a veces Battlestar Galactica se pierde en su propia complejidad.

Echando un vistazo a sitios como Reddit, parece haber cierto consenso, nada abrumador tampoco, de que ahora gusta más The Expanse, para llevarle la contraria a Dennis Broe. Yo aquí ni a papá ni a mamá, la verdad. Vista todos estos años después, Battlestar Galactica tiene episodios que son, para mí, historia de la televisión, como “33”, o el citado “Pegasus”. Anyway, ¿por qué elegir?

(Venga, voy a decirlo, que lo estabais esperando: So say we all!)