Libros de noviembre

Queridas almas descarriadas:

Este año estoy tratando de leer más ficción. Iba a decir «leer más», pero lo que sucede es que, en los últimos años sobre todo, he leído mucha más no ficción que ficción, una costumbre que se ve potenciada por verme sumida en la investigación, lo que inevitablemente me lleva a leer mucho ensayo, libros académicos, artículos y cosas sesudas. La ficción, sin embargo, es ese no sé qué que le hace algo a mi cerebro que nada más puede hacer: ni el cine, ni las series, ni los videojuegos (si jugase mucho, que no es el caso: el juego al que le estoy dando últimamente es The Longing, un juego melancólico que te pasas solo con esperar 400 días hasta que el rey de las cavernas despierte y cuyas tareas son ver crecer el musgo para cortar un poco cuando esté listo con el fin de decorar tu casa: o sea, el antivideojuego, antidopaminérgico). También tengo apuntados muchos títulos de cara al doctorado, libros que quiero leer a ver si encajan en mi propuesta de investigación, pero sobre todo quiero engrasar mi cabeza con ficciones. Este último mes ha sido una mezcla de ensayo y ficción.

Uncanny Valley Girls: Essays on Horror, Survival, and Love
Zefyr Lisowski

Este libro me lo empecé en el tren de vuelta a Madrid, después del Festival 42. Es un ejemplo de autoteoría, memorias y crítica que usa películas de terror para explorar la propia identidad. Una vez superada la frustración de no encontrar más análisis sobre el género (porque, además, la autora hace eso muy bien y tiene observaciones muy perceptivas) y contentarme con leer muchas páginas sobre su vida, al final me dejé llevar sin exigirle al libro lo que quería que fuese (y lo que me habían vendido que era, todo sea dicho) y que me llevase por donde quisiera y conseguí disfrutarlo. El libro tiene partes muy difíciles y duras, pues narra el sufrimiento psíquico de la autora con trazos de violencia psiquiátrica, su infancia y adolescencia trans en el sur de Estados Unidos, además de varias experiencias discapacitantes. La autora dice que durante todo ese periplo, el terror es algo que la ayudó a mantenerse anclada en su propio cuerpo, que es algo con lo que puedo empatizar y simpatizar, al igual que con varias de sus experiencias. Puede que el terror, junto con el porno, sea el género más corporal de todos, no solo en los temas que trata, sino en las reacciones que provoca y, a veces, para sentir que estás viva necesitas un buen desgarro que te ancle a a la tierra. Pero no todos los cuerpos en el terror son iguales. La alteridad en las películas de terror, tradicionalmente, ha sido representada por las locas, las enfermas, las viejas y los ensayos de este libro (entre los que se encuentran “Your Swan, My Swan”, “The Girl, the Well, the Ring”, “Ghost Face”, “Cutting in Miniature”, “Preliminary Materials for a Theory of the Werewolf Girl”) tratan de cómo se ve el terror desde el punto de vista de la alteridad. Dice Lisowski:

Puede que mi ensayo favorito sea “Your Swan, My Swan”, sobre la peli de Black Swan, y el menos favorito el de “Werewolf Girl”, porque la lente del análisis aquí es más manida (la pubertad como horror corporal y transformación), si bien al añadirle la perspectiva trans (dice la autora que para ella todas las historias de hombres y mujeres lobo son historias trans) le pone un puntito de originalidad que podría haber seguido explorando.

“Girls were punished. The disabled were to be feared. Anything gender nonconforming was even scarier. What does it mean as a sick girl to learn again and again that sick girls deserve to be punished?”.

Como decía al principio, me hubiera gustado tener más análisis de terror y menos relato de vida (o más análisis del terror mezclado con la vida, que era lo interesante), pero con eso y con todo he disfrutado la lectura.

Mandíbula, de Mónica Ojeda

Ok. Lo sé. Yo voy a mi ritmo y recojo el guante cuando puedo.

Por alguna razón, en mi cabeza este libro había quedado como potencialmente triggering, así que lo he ido dejando sin recordar exactamente qué me había motivado a posponerlo, qué es lo que podía resultar desagradable. Y, no me escondo, reconozco que lo que me motivó a derribar la barrera psíquica fue que en la entrevista con China Miéville que proyectaron durante el Festival 42, Miéville dijo que el ensayo que le escribe una de las protagonistas a su profesora sobre el género de terror tenía que ser lectura obligatoria en cualquier curso del género. Y, sí, la verdad, me gustó mucho esa parte y me gustó mucho el libro. El ensayo, además, está ahí no solo porque encaja narrativamente con los personajes involucrados en dicha carta, sino porque Mandíbula es casi más una novela sobre el miedo que de miedo. En ese sentido, hay una veta en el libro que podría hermanarse con el libro de Lisowski, en tanto que tiene algo de teoría-ficción (las etiquetas son eso, etiquetas, no mandamientos, y de todos modos ¿qué buen libro no contiene una teoría sobre el mundo, sobre algo, aunque no sea consciente y elaborada?).

A la autora le interesa el miedo como afecto, como emoción, y eso queda clara por los numerosos epígrafes que ha decidido incluir en la novela: Kristeva, Bataille, Lacan… claramente le interesa el psicoanálisis no-freudiano, por lo que no es de extrañar que encontremos temas relacionados con la monstruosidad femenina desde diversos ángulos y diversas edades. Y, como los afectos se construyen y moldean socialmente, en la novela se encuentran muchos de los tropos del terror como es el de la familia como fuente de ansiedad y perversión que tiene ya una larga tradición. El punto fuerte de la novela, eso sí, es que no retrata la adolescencia femenina solo desde una perspectiva victimista: los terrores que sufren las adolescentes siguen estando ahí, pero no son dulces angelitos sino potenciales victimarias o directamente victimarias. Ese halo de crueldad que rodea las relaciones de las chicas (entre ellas, con otras personas, el miedo que provocan tanto el miedo que sienten) me ha parecido muy vívivido y reconocible. Hay, además, una mezcla interesante entre el folklore digital de nuestros tiempos (los creepypastas) con el folklore tradicional que tanto alimenta el género de terror. Y aunque los recursos en sí mismos no son originales (la transmedialidad, lo metaliterario, la exploración de la feminidad desde lo horrífico), cómo están integrados en la novela hacen que sea una lectura fresca que resucita todo aquello con mucho oficio.

La amiga que me dejó, Nuria Labari

Este libro lo descubrí en el podcast de libros de Carne Cruda que le dedicaron al ghosting y donde incluyeron un pequeño apartado sobre el ghosting en la amistad. A mí me han hecho ghosting, claro, y también lo he hecho. Nunca he tenido claro cuáles son las normas, o ese conocimiento supuestamente tácito de «las cosas que todo el mundo sabe que se hacen» en el contexto de la amistad: con las parejas sentimentales se rompe y se exponen los motivos, pero ¿y con las amistades? Con las parejas sentimentales o intereses románticos no está mal visto decir lo que esperas en una relación, lo que deseas, pero en el caso de la amistad igual quedas un poco cucú. En general, en mi experiencia se dejan morir o marchitar y se habla poco, pero comparada con la ruptura en modo de notificación administrativa de la que hablaban en el programa (recuerdo con vergüenza y dentera que yo también hace muchos años rompí con una amistad de una forma «ministerial») quizá sea casi mejor esa lenta languidez. Hace cosa de un año me sorprendió mi pareja en este aspecto también. Me decía que tenía la impresión de que unos amigos comunes no tenían demasiadas ganas de quedar con nosotros (con nosotros a solas, para ser más concretas), así que le pregunté que entonces por qué no hablarlo, a lo que me respondió: bueno, tampoco importa tanto. Yo me quedé pasmada, ¿cómo que no importaba?, ¿no se hablan las cosas con los amigos? Pero añadió: tampoco somos tan amigos, tampoco tenemos tanta confianza. Claramente, no entiendo nada de este tema.

Como podréis intuir, para mí la amistad guarda secretos más arcanos y es más misteriosa incluso que el amor, donde parece que dentro de un marco muy amplio se diría que hay unos acuerdos básicos compartidos como sociedad sobre qué se hace y qué no se hace, pero la amistad es un terreno aún por definir del que cualquier regla (entendida como convención, no como mandato) es provisional y debatible. Así que, una vez terminado el episodio, me dije que tenía que leerlo a ver qué respuestas encontraba. Terminado el libro sigo con la misma intriga, la misma indefinición, el mismo misterio (lo cual está bien), y no puedo decir que sacase grandes reflexiones (como así reconoce la autora que tampoco ella, ni acudiendo a la sabiduría antigua de los griegos, ha conseguido hilvanar) salvo quizá su apreciación de que hemos construido la amistad a imagen y semejanza de la retórica épica de la amistad masculina: el todos para una y una para todos, la de «yo por mi amigo mato», somos una piña. Igual justo esa indefinición, esa plasticidad, son las únicas características notables no ya de la amistad femenina, sino de la amistad en general. Las amistades pueden ser transitorias, de encuentros, y ser igual de verdaderas, igual que el amor, mientras dura. Cuando una relación sentimental se acaba no patologizamos a las personas implicadas porque normalizamos que son situaciones de encuentro temporal que no tienen que ser para toda la vida. Igual está bien pensar que así sucede con la amistad y que, si tu amiga te deja, no tienes que sentirte un monstruo.

Las voladoras, de Mónica Ojeda

Sí, me estoy poniendo, a mi ritmo, al día con la escritora ecuatoriana.

En este caso, se trata de una colección de relatos de «gótico andino». La prosa es deliciosa y te transporta (no, a ver, dicen que para leer más rápido tienes que conseguir leer sin escuchar las palabras en tu cabeza, pero ¿qué sentido tiene eso?, ¡si a mí lo que me gusta de leer es la musicalidad de las frases bien hechas! Ese es mi masaje craneal), el oficio y la calidad siguen estando presentes en este libro, pero por alguna razón que no puedo achacar a la autora no me ha cautivado tanto como Mandíbula. Con esto tampoco quiero decir que no me haya gustado, en absoluto, solo es una comparación con la novela y ya sabemos que las comparaciones pueden ser muy injustas. Los relatos aquí exploran el terror por medio de las mitologías asociadas a los paisajes extremos de volcanes, páramos y valles infinitos, así como las creencias populares que suscitan los parajes y que el terror siempre desentierra, da igual en qué particularidad geográfica se inscriba.

Lo gótico se caracteriza principalmente por la exploración de las fronteras entre binarismos y dicotomías y (perdón por hablar de mi «libro») esas dicotomías son las que quiero explicar en la serie de vídeos que estoy trabajando, sorry, not sorry. Precisamente el siguiente vídeo largo que estoy preparando va sobre la fructífera, en términos artisticos, dicotomía entre la degeneración (que puede traducirse con otros conceptos, como la barbarie, lo salvaje, lo atávico) y la civilización y, diría, Mónica Ojeda parece interesada en trabajar en lo poroso de todas esas fronteras y de subvertirlo. Hay violencia en lo rural, desde luego, pero también en la ciudad, y quizá esta última sea más violenta que lo primero. Al igual que su tratamiento de lo femenino adolescente en Mandíbula, tampoco hay una idealización pastoral del campo y sus gentes, que sería una exotización un poco burda, no pretende rejerarquizar lo «natural» por encima de lo «urbano», sino mostrar ambos aspectos con todas sus aristas (en el relato que abre la colección y le da título, «Las voladoras», narrado desde lo rural, aparecen temas como el incesto y los deseos oscuros; «Cabeza voladora», uno de mis favoritos, narra los feminicidios en el entorno urbano al que folcloriza con la presencia de las Umas, mujeres de varias edades que se encargan de vengar las muertes e impartir justicia).

Piel de cordero, de Ledicia Costas

De esto que estás paseando entre las pilas de libros que ya no te caben en las estanterías y encuentras uno que te había prestado una amiga desde hace ni sabes cuánto (¿unos meses?, ¿un año?) y te mueres de vergüenza porque no te lo has leído todavía. Tierra, trágame. Bueno, pero ahora que estás calentando los músculos lectores quizá sea el mejor momento para leerlo, ¿no?

Y así hice y, bueno, tengo que decir que no me gustó mucho, la verdad. Ahora que escribo esto, después de haber vuelto a pensar en Las voladoras de Mónica Ojeda, lo trillado y poco sofisticado tanto del tema como de la forma de esta novela resultan mucho más palpables. No es que no me gusten los temas de brujas, pero siento que ahora me tienen que ofrecer algo más pensado que el recalentamiento en el microondas del «somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar». Aunque me lo he leído sin mucho dolor, porque las páginas se pasan rápido, lo cierto es que ni la prosa ni los temas me han interesado demasiado. No conocía a la autora y, por lo visto, había publicado muchos libros de infantil y juvenil (varios de ellos premiados, incluso) y esta es su segunda incursión en la narrativa adulta. Aquí se nota sin duda el oficio de haber escrito mucho antes, lo que, como decía, hace que el libro sea fácil de leer porque tiene un ritmo y una estructura trabajados. Lo malo es que parte de esa facilidad viene también de no ponerte demasiado a prueba como lectora al ofrecerte tramas ya leídas sin añadir demasiado. Son dos tramas paralelas, la de Catalina, hija y nieta de brujas en el siglo XVII, y la de Lola, en la actualidad, que está frustrada por muchas cosas, pero sobre todo por no poder ser madre. Aunque aprecio la intención de querer retratar de forma verosímil la labor de las brujas en los pueblos gallegos, hubiera querido algo más a la hora de acudir a este tópico, en especial en su relación con la feminidad, después de todo lo que se ha hecho ya con el tema.

La vieja sangre, de Alfredo Álamo

El segundo libro en papel de esta lista, junto con el anterior. Ya no compro apenas libros en papel porque no tengo espacio, pero este no lo encontré en digital e hice una excepción. Es un poquito trampa que esté en esta lista porque me lo terminé la primera semana de diciembre, pero como lo empecé antes de que acabase noviembre y yo pongo las normas, pues aquí está. El libro que menos me ha gustado de todos y el que más me ha costado terminar. De hecho, varias veces quise dejarlo a medias y me esforcé por ir, relato a relato, terminándolo. Aprecio la labor del autor en tratar de construir una mitología contemporánea en torno a un barrio de Valencia (en este caso el Cabanyal), incluso sirviéndose de tropos ya clásicos de la literatura fantástica como las ciudades ocultas y subterráneas, pero el mundo creado me ha parecido un poco superficial, en un sentido muy literal (perdón por el ripio). No tenía la sensación de que el mundo tuviera una profundidad más allá de las cuatro pinceladas, los personajes que aparecen recurrentemente y desaparecen, o en el folklore imaginado. La sensación era más bien «lo que ves es lo que hay, porque no hay nada más». Además, creo que se habría beneficiado de una corrección de estilo.

The Beauty, de Aliya Whiteley

Tenía ganas de leer algo de Aliya Whiteley y he empezado por esta novela corta, que me ha gustado sin fliparme. De las cosas que me han gustado es que se trata de un relato post-catástrofe (todas las mujeres mueren por una extraña infección fúngica) que no tiene un tono nihilista ni nostálgico, sino que se centra en la regeneración más que en la degeneración, en un (problemático) futuro interespecie (de las tumbas de las mujeres crecen champiñones que serán mujeres-champiñón dispuestas a copular con hombres). La prosa, especialmente del protagonista, Nate, cuya función es contar cuentos como medio de cohesionar a la comunidad, tiene muchas veces un aire cantarín, propio de las narraciones orales. En la historia, tras la plaga, queda un grupo de supervivientes (hombres, claro), un grupo tribal con roles muy definidos que saben a cuentos de hadas clásicos en tanto que parecen representar alguna suerte de arquetipos: el Cocinero, el Doctor, el Cuentacuentos… Supuestamente, la llegada de las mujeres-hongo (porque el mundo incluso después de la catástrofe sigue siendo muy binario, incluso aunque estemos hablando de peña que se folla champiñones) debería suponer un mayor cuestionamiento de esos roles fijados y reproducidos por la inercia, pero por desgracia no es así. No aparece la homosexualidad apenas y se dice que solo los más jóvenes la practican, no aparecen hombres ni mujeres trans ni identidades de género fluido (vuelvo a recordar que estamos hablando de champiñones), las relaciones que se presentan son monógamas y cuando nacen seres híbrido entre hombre y mujer-champiñón no hay problema en llamar «niña» a la criatura porque tiene un tajo entre las piernas.

No sé cómo interpretar esto, porque como exploración de los roles de género que se supone que es la novela claramente es una oportunidad perdida de ir mucho más lejos que manteniendo estructuras tan binarias, más allá de darle la vuelta a dichos roles (los hombres, tras la mezcla con las bellezas de mujer-hongo, aquí dan a la luz). La desgarradura que tendría que suponer en la concepción del mundo la aparición de unos seres fúngicos simplemente impulsa una reversión de los roles, donde las mujeres-champiñón se dedican a los trabajos manuales al ser más fuertes y algunos hombres (los más jóvenes) empiezan a llevar faldas y vestidos heredados de las muertes, para disgusto de la conservadora mayoría de los hombres mayores. La mayoría de hombres de la comunidad se sienten asqueados por las «bellezas». Dos disidentes llegan a matar a una de las criaturas, lo que provoca el éxodo de éstas hasta que los culpables son ajusticiados. No sé si Whiteley pretendía reflejar la limitación imaginativa del patriarcado que proyecta sobre cuerpos unas funciones fijas relacionadas con lo afectivo (cuidar, amar), además mostrar cómo se ejerce la violencia contra la alteridad, contra lo que la inercia cultural codifica como femenino (o de aplicar incluso el código femenino a los cuerpos para poder ejercer la violencia. O que, en lugar de simplemente reflejar el mundo sin respaldarlo, la novela está planteando que el esencialismo es parte de la naturaleza. El hecho de que todo esté narrado en primera persona por un cuentacuentos que ajusta sus historias según la función que les quiera dar no ayuda tampoco. De hecho, es justo la exploración secundaria sobre la función de las historias en el fin de los tiempos lo que me ha parecido más interesante, con toda su capacidad para la violencia, la manipulación y la coacción.

Pero, por hoy, ya no me enrollo más.