Spooktober #2: The House of The Devil (2009) y The Funhouse (1981)

Supongo que nadie esperaba que fuese a escribir de todas las películas que veo, ¿no? ¡No tengo tanto tiempo!

Estamos a 18 de octubre y he visto 17 películas (llevo una de retraso porque un día no me apetecía ver películas, sino estar tumbada en la cama leyendo, así que mañana sábado tendré que hacer sesión doble). Algunas de ellas memorables, otras entretenidas y otras perfectamente olvidables. En según qué círculos, decir que algo es «entretenido» se recibe con condescendencia, indulgencia, quizá complacencia y otros nombres que terminen en -encia. ¿Ah, que te… entretienes?, pregunta nuestra interlocutora imaginaria después de darle un sorbo al té con el meñique levantado. El entretenimiento no es arte, el entretenimiento no es transformador, no hay nada que aprender del entretenimiento. La ironía de esta cultura en la que estamos inmersos es que vivimos abrumados por la cantidad de contenido que se publica, pero parece que para destacar en el cúmulo ese algo tiene que epatar, que dejarte el culo clavado al asiento y la cabeza dando vueltas como si fuera la calavera en llamas del geocities. Venden las hipérboles porque estamos absortos en la inmediatez, donde la distancia no existe: «esta puta mierda es tremenda basura» o «la mayor obra de arte del siglo XXI». Hay que huir de la tibieza, nos dicen. Así que lo entretenido queda entonces en el medio, olvidado, meciéndose solitario en el columpio, mientras los capuletos y los montescos se pelean en el patio. Y, sin embargo, hay cosas tibias, perdón, entretenidas de factura impecable, que hasta podemos llamar buenas.

Venga, pasa, que te lo destripo todo.

Una de ellas es House of The Devil (2009), de Ti West, que casi podría ser un precedente de ese ‘elevated horror’ del que hablaba el otro día si no fuese porque la pretensión de Ti West no es otra que entretener. Oíd: no he visto aún nada de Ti West que no me haya gustado. Pienso dejar que me ponga a prueba y cambiar de opinión porque me voy a tragar hasta las sobras, bendito sea. Y esta película me encantó. Me encantó el ritmo pausado, la recreación de los ochenta que son más los ochenta que las películas de los ochenta que ahora parecen caricaturas de los ochenta, el uso del sonido y del espacio… El título no engaña: claro, conciso, sin subtexto y nada alegórico. Es una película ambientada en 1983 en Connecticut sobre una estudiante universitaria (Samantha, una chica de mirada de cervatillo, interpretada por Jocelin Donahue y un peinadito muy de Los ángeles de Charlie) que necesita dinero y busca trabajo como niñera. Encuentra uno… pero en lugar de niños resulta que tiene que cuidar de una señora mayor en una mansión en las afueras durante una noche de eclipse lunar, para más inri. La película comienza con un prólogo sobre la paranoia y el pánico moral de los 80 con el pánico satánico, que dan una pista sobre la atmósfera inquietante en la que tanto la estudiante como la espectadora viven cada detalle y minúsculo incidente, alimentando la tensión y la sospecha. Tal es la tensión que se vive que cuando comienzan los ataques y se revela por fin que, efectivamente, la familia de aspecto ominoso forma parte de un culto al diablo que busca una virgen para inseminarla el maligno, la tensión se evapora, el espectador se relaja. Y Ti West, que domina los códigos del terror, lo sabe y lo usa no como un efecto secundario de tener que cerrar una trama, sino adrede, sabiendo que esa tensión acumulada y sin alivios por medio de jump scares que la liberen necesita al fin una salida. La incertidumbre, la paranoia y la sospecha siempre son más perturbadoras que la cruda realidad, incluso si la cruda realidad es que Satán existe y su venida a la Tierra está próxima. El terror no nace de la incerteza de lo que pueda suceder, sino del aplazamiento de la certeza.

La espera, el tedio

Hablo de «códigos del género» y no de pastiche, aunque la película se podría considerar un pastiche, porque si algo tiene el género es que, de forma consciente o no, es siempre autorreferencial con el canon que lo sustenta: el género es formulaico, las convenciones cristalizan, se rompen o se dan la vuelta, pero si algo lo define es que es formulaico. Así pues, la película no solo hace referencia a una cultura de conspiraciones y recelos alimentados por las historias de abusos rituales y sacrificios ocultos, sino a las películas del género de la época en la que se ambienta, guiños que se expresan también en los movimientos de cámara. La película incluso se estrenó también en VHS en un lujoso estuche para rendir tributo a los días del videoclub y las tiendas de vídeo, por si los otros guiños eran demasiado sutiles de captar. Si hace unos días hablaba de esa polémica del cine de terror enciclopédico o ensimismado que se olvida de dar miedo, The House of The Devil no. La película, salvo la traca de liberación final (que para los estándares de género es incluso contenida, aunque ojito con la escena estroboscópica), es morosa y se detiene en ese aburrimiento que nos han robado la sobrestuimulación digital las veinticuatro horas del día y que Ti West en 2009 sabe que ya son reliquias del pasado, como la cinta VHS1. Ese qué hacer en la salita de estar mientras tu amiga discute las condiciones y el salario del trabajo en otra habitación, esa apatía y fastidio cuando lo que echan en el único canal de la tele no te gusta, o no te entretiene, y no tienes otra cosa que una única cinta de walkman que escuchar una y otra vez. El terror se germina en esos espacios de tedio, en el aburrimiento que te lleva a deambular por una casa y rebuscar en los secretos del armario de unos extraños. Para recrear esa demora, West recurre a una obsesión casi escopofílica por el detalle donde la cámara se recrea (hah, see what i did there?) en objetos y espacios, como si en lugar de un slasher estuviéramos viendo una película de fantasmas (una demora quizá también dictada por el irrisorio presupuesto de menos de un millón de dólares con el que contaba2), pero no en el cuerpo de la chica, que no incita a nada sexual. Todo un homenaje a lo artesanal en una película, escrita, dirigida y montada por el propio West a manita. Él se lo guisa, nosotros nos lo comemos y nos churrepeteamos los dedos.

Esos incómodos momentos en los que no hay nada que hacer

Otra película de la que quiero hablar hoy, porque tiene también cierto tono moroso parecido a la de West es The Funhouse (1981) dirigida por Tobe Hooper, por la que confieso que no daba ni un duro y resulta que me gustó bastante y lo pasé muy bien viéndola. Por un lado, si The House Of The Devil quiere rendir tributo a una veta del género replicando sus texturas, aquí comienza directamente con un descarado homenaje a Halloween de John Carpenter (que se había estrenado solo tres años antes, en 1978), con su famosísima cámara del asesino en primera persona, y luego a Psicosis de Hitchcock en la escena de la ducha, aparte de toda la memorabilia de la Hammer que el hermano de nuestra chica final tiene en casa. Los monstruos son familia y las alusiones sutiles son para burguesas3. Habrá muchas más de estas, como artefacto lleno de juegos de espejos que es, incluso una a su propio cine, pero en cuanto la trama echa a rodar lo que hay es casi una hora de película costumbrista que se deleita en el mundo de los freaks, en el placer grotesco de los personajes que pueblan las ferias, donde los normales pasan a ser los raros y los raros normales. La trama es sencilla: la chica que ha sido asaltada por su hermano fan de la Hammer en la ducha va a la feria del pueblo en la primera cita y a un iluminado en pleno éxtasis adolescente se le ocurre que la mejor forma de pasar la noche es dentro del tren de la bruja, cuando todos se hayan ido. Desde allí observan cómo el hijo del feriante jefe, que lleva una máscara de la criatura de Frankenstein para, je, ocultar su monstruosidad, mata en un arrebato a otra feriante, la pitonisa, son descubiertos y masacrados uno a uno. Todos menos Amy, la más virginal. Sin embargo, las muertes en sí no son lo más destacado, aunque dejan fotogramas inolvidables. Lo más destacado es el costumbrismo grotesco. Igual que la protagonista, me parecía fascinante cómo podía quedarme embobada escuchando a un feriante anunciar su espectáculo de animales mutantes, una repetición que no acababa nunca, como un recuerdo obsesivo.

Entra, lo pasaremos bien

Salta enseguida a la mente el imaginario de Bradbury de La feria de las tinieblas (Something Wicked This Way Comes, 1962), pero donde en Bradbury hay permiso para la melancolía y la dulzura por la pérdida de la inocencia4, en el mundo de Hooper no hay tiempo para esas cosas. El mundo de The Funhouse ya está roto desde el principio y lo que en Bradbury se sugiere (la ansiedad sexual, por ejemplo), aquí se muestra en crudo, sin nada que ofrezca el consuelo de recordarte que hubo pureza en el mundo. Las imágenes están corrompidas porque así lo está mirada: sucia. Es un carnaval de lo cotidiano, un poco como Bradbury también, pero un carnaval de la sordidez. Un mago disfrazado de Drácula con un traje que ha visto ya muchas actuaciones y en el que puedes proyectar manchas de espagueti hace un truco de magia desganado, fumando y declarando su siguiente paso como quien lee el BOE. La desmitificación del asombro infantil hecho carne. La cámara se posa en aspectos materiales de la feria, en los cuerpos de mujeres exhibidas, en un feriante de mirada turbia invitándote a entrar a su tétrica atracción, «un mundo de oscuridad» en el que ni el visitante, ni los protagonistas de la película ni el espectador no encontrarán «ni alivio ni escapatoria». No hay sublimación, el sexo es sucio y sórdido. En un momento dado, la pitonisa, vieja y con un maquillaje burlesco acorde al personaje, accede a hacerle una paja al hijo del feriante con la máscara de criatura de Frankenstein a cambio de dinero. La escena es incómoda no solo por lo extravagante de los personajes, sino por la combinación nada sensual de consuelo materno y guía sexual que, por supuesto, acaba en eyaculación precoz, humillación y muerte. La criatura aquí tampoco tiene nombre, aunque no termina de rebelarse contra su creador, que espera encontrar en su monstruosa progenie consuelo y ayuda para la vejez.

La atracción de lo sórdido

Y nuestra chica final… Sabes desde el minuto uno que la chica final, si va a haber una, es Amy Harper, pero también ella es presentada con cierto grado de sordidez. En primer lugar, porque la aparición inicial es la de entrar en la ducha con un plano frontal de los pechos. Después la cámara nos muestra una polaroid que le ha sacado el hermano en recuerdo a su vejación que es el equivalente de los ochenta a cuando te sacas una foto con la cámara frontal del móvil sin querer: nada favorecedora (mientras en la tele se oyen las palabras “it’s the bride of Frankenstein!”, un anuncio que tiene caracter prospectivo). También es mentirosa y un poco engreída, como dictan las hormonas, pero es que los padres (el supuesto contraste burgués a la familia tenebrosa de la feria): no son ningún modelo de conducta: beben, dicen estupideces, pasan de los niños y no apartan la mirada del televisor. Y el hermano pequeño, claro, es un monstruito. Amy parece tímida para iniciarse en el sexo, pero tampoco es que la idea le resulte aversiva. Y es por eso que, en la escena final, donde Amy se encuentra en las tripas de la atracción rodeada de engranajes, cables, y hasta una fuga de vapor por algo roto, una escena convertida a su vez en otro tren de la bruja como en una estructura de cajas rusas, al ver los ganchos metálicos que corren por un riel en el techo te preguntas quién acabará en esos ganchitos. Si esto será un slasher a lo Halloween o más como La matanza de Texas. Hooper es tan bromista como el niño, se ríe de sí mismo y aprovecha para provocarte sabiendo que vas a pensar en esos ganchos en el contexto de su otra película en la que no hay chica final que valga. La novia de ‘Frankenstein’, que ahora va sin careta en toda su monstruosidad, se salva de chiripa y no por su talente resolutivo, y abandona la atracción a la luz del día ante las carcajadas de la mendiga de negro y la gigantesca muñeca oronda que preside la atracción. Al fin y al cabo tiene que volver a su otro tren de la bruja, la casa familiar, con el monstruito y los padres ausentes.

“¡No quiero volver a casaaaa a aaa!”, llora la chica final

Resulta curioso pensar en estas dos películas, tan separadas en el tiempo, como ejemplos de homenajes o pastiches o cine meta, pues lo son de modos distintos. The House of The Devil no recuerda a ninguna película concreta de los ochenta, sino que recrea la atmósfera, la textura, el estilo de un determinado tipo de películas. The Funhouse está llena de guiños a ejemplos concretos del género. De todos modos, como decía al principio, cuando hablamos de género, con sus códigos, sus tropos, su carácter formulaico, ¿dónde acaba lo formulaico y empieza lo reflexivo? ¿O cuando se pasa de lo reflexivo a lo meta? ¿Cuando se explicita? ¡Pero eso da para otra entrada que ahora no me apetece escribir!

  1. Una de las críticas que hace Ti West en 2009 es precisamente que hay una deriva hacia el frenetismo, el sensacionalismo pornográfico y la epatación en el cine de terror, en detrimento de la demora en los personajes, los espacios, las situaciones, es decir, la cotidianeidad. “Horror is really unfortunate now. It’s like porn. What seems to have happened is that everyone decided the horrific stuff is what makes these types of films successful so there is no time spent on the “real life” aspect anymore. It becomes just one kill or cum-shot after another. Mainstream horror is only about titillation. That, to me, is the same as pornography.” La comparación del terror espectacular con el porno resulta simpática ahora que ha dirigido un tríptico de pelis que se inspiran en la industria del porno. (Entrevista con Lena Dunham, https://www.interviewmagazine.com/film/ti-west) ↩︎
  2. Es interesante hacer un análisis sobre una película rodada en 2008, durante el estallido de la frisis financiera, con la austeridad de la película. Si los 80 paracían muchas veces en la cultura popular como una era de bonanza, con su estética colorida, aquí los tonos que en mi recuerdo son desaturados están infectados por la tiranía de la austeridad. Y tampoco es por ponerme full marxista, porque a veces el cincel este da para lo que da, pero la chica en apuros económicos que acepta el trabajo de una familia adinerada también daría para una parábola con moraleja: si no estuviésemos desesperadas por conseguir dinero para vivir los lunáticos con pasta no nos joderían la vida. Puede que en los ochenta hubiera final girls, pero ya no estamos en los ochenta, Dorothy: te quieres morir y ni eso te dejan. ↩︎
  3. Decía Ti West en la entrevista que he enlazado en la nota 1 que no le gustaba la palabra homenaje porque le sonaba a parodia y él no hacía eso, pero aquí las escenas iniciales potencialmente peligrosas están desactivadas por la parodia: el cuchillo que lleva el chaval es de goma. El rollo psicosexual de Psicosis se mantiene, en cambio, con la desnudez de la chica y la malicia del chico. ↩︎
  4. Hablo de melancolía, porque aunque Bradbury está justamente asociado a esta época del año por su escritura nostálgica, La feria… no es tanto un canto a la nostalgia como una examinación de la misma, que no nos juzga por cómo mitificamos ciertos aspectos de la juventud, nos da permiso para lamentarnos, pero trata de explicar cómo se construyen. Joder, ha sido escribir esto y tener ganas de volver a leerme la novela. ↩︎

2 thoughts on “Spooktober #2: The House of The Devil (2009) y The Funhouse (1981)”

  1. Hace un par de meses me acordé de que me encantaba leer tu newsletter y, con mucha pena por el internet de antes y blablabla, decidí releer al menos lo que ya tenía. Ahí me di cuenta de que el último mensaje de despedida se había quedado en el fango de mi bandeja de correo y me había perdido el enlace a este blog. Creo que los ojos me hicieron chiribitas ya leyendo la última entrada que habías escrito por entonces (ese pedazo de ensayo sobre Severance), pero es que entre hablar de la historia del Pánico Satánico y Bojack (justo tras ver Long Story Short del mismo director), me di cuenta de que había encontrado agua en el desierto. Lo tengo tanto en la barra de favoritos del PC como en el teléfono. Me estoy racionando las entradas, alternando entre antiguas y recientes, y me las leo como premio cuando he sido una buena hormiguita capitalista o cuando una sesión de lactancia acaba en una inesperada siesta larga del bebé. Por ejemplo, la entrada de Battlestar Galactica dio para un buen rato de conversación con mi marido. Vimos la serie hace un par de años (en mi caso, por primera vez) y teníamos una visión un poquito más cínica de algunos aspectos de la ambientación (nos habíamos cagado muchas veces en la dieta de algas y el capítulo con prostitución/casinos). Ahora, por motivos personales, le dimos más vueltas a los temas de libertad reproductiva y los niños como símbolo. Por cierto, me pareció curioso que justo después leí “Abolir la familia” y, en él, Sophie Lewis también citaba “The Child to Come: Life After the Human Catastrophe”.

    Total, que he visto lo del vídeo y me he puesto contentísima porque sé que me va a alegrar un par de comidas (hasta que pueda ponérmelo he chafardeado la bibliografía y la estética ya me parece  *chef’s kiss*). Y luego me he sentido culpable porque está un poco feo estar sacando tanta alegría de leerte y no dejar ni un mísero comentario en las entradas. En fin, que me alegro muchísimo del entusiasmo que le pones a cada proyecto (aquí una que empezó a leerte con los prólogos de Fata Libelli) y que me flipa mucho tu enfoque de lo académico. ¡Muchas gracias por todo!

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    1. Queridísima Rocío:

      No te imaginas la ilusión que me ha hecho tu comentario, de verdad. He llorado y todo (estoy en ese momento, además, en el que la combinación entre TDAH y perimenopausia me tienen las hormonas alocadas) por lo bonito de pensar que alguien se acuerde de ti durante todo este tiempo que, tratándose de mí, encima, me parece casi una locura impensable. Te agradezco de corazón que te hayas tomado este tiempo en dejarme un comentario, y encima uno tan extenso, pensado, dulce y amable. Signfica muchísimo para mí y hace de esto de escribir algo con más sentido si cabe. Y lo dejo aquí porque se me vuelven a caer los lagrimones.Gracias a ti, siempre.

      Un abrazo fuerte,
      Silvia

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